Paralelamente a la “Banda de
Mortimer” continuaba fijando ideas que pudieran dar soporte a
nuevos temas, pero sustraerse a las influencias del pop que se
realizaba durante esta época no era fácil. Por mi parte para realizar bocetos utilicé las cajas de
ritmos como claqueta, con patrones fijos, sin programar, añadiendo a algunas de ellas sus respectivos mostrencos vocales como
en este “Ella dijo adiós”.
Así, la Industria no producía tanto música como “marcas” haciendo que la creatividad se encontrara más en los procesos de mezcla dentro de los estudios que en la propia composición e interpretación musical. Los sintetizadores y las cajas de ritmos se convirtieron en los soportes melódicos y los temas iban diseñados y destinados casi con exclusividad para las pistas de baile y el consumo de masas. La “movida” en los 80´ no fue más que una engañifa que impuso la industria, por la cual se suplantaron a “los creadores” por “los creativos”, a la creatividad por el diseño. El país se llenó de “artistas” y la industria llegó a abrir sucursales en Miami para exportar sus productos hacia Suramérica en un segundo revival de neocolonialismo cultural. Todavía hoy “los críticos musicales”, aquiescentes con todo este montaje del que se nutrieron selectivamente, siguen haciendo hincapié en las “aportaciones estéticas” del pop de aquellos años, ensalzando y hasta reivindicando para el presente el manierismo y el rococó de sus "atrevidas" propuestas estéticas, en la moda y el diseño de sus vestuarios, en su puesta en escena, como si esa fuera la única novedad “musicalmente” destacable de aquella simpática época. Si, la música quedo sumida en el espectáculo como un apósito de prestancia para el pop-bussines con su glamour hortera bajo la tutela de la floreciente “Industria Cultural”.
O como en este “Columpiate” que incluía el mostrenco de voz.
El peso de la industria cobraba
entonces siquiera más fuerza por el papel prominente que fueron
tomando "los productores". Pero la diferencia entre los productos musicales en estos años no radicaría en ellos, si los comparásemos con los de Inglaterra o Estados Unidos, salvando las distancias técnicas
personales, sino en el bajo nivel
musical de los "artistas” del pop español con respecto a los de esos países,
salvo contadas excepciones. De ahí que desde la “producción
musical a escala” se impusieran los criterios estéticos del productor frente a los del músico y con ello lo "artístico" pasó del músico al productor, lo que determinó no sólo el estilo de los
temas sino fundamentalmente el sonido y los arreglos de los mismos antes de su
manufacturación. De aquí, también, que la estética que acompañara a
toda esta producción fuera parte imprescindible del negocio, siendo la imagen lo que le quedara al artista como un valor añadido que ayudara a posicionar su producto, justificando algo tan antitético como "la moda-cultural" impuesta sobre la música, el sonido, la estética, anteponiéndose lo visual a lo musical, el espectáculo sobre la música, todo como parte del marketing que
impulsara las ventas.
Obnubilado por este ambiente, pero al
margen, iba a lo mío, como en este boceto a dos pistas de “Noche breve“.
Así, la Industria no producía tanto música como “marcas” haciendo que la creatividad se encontrara más en los procesos de mezcla dentro de los estudios que en la propia composición e interpretación musical. Los sintetizadores y las cajas de ritmos se convirtieron en los soportes melódicos y los temas iban diseñados y destinados casi con exclusividad para las pistas de baile y el consumo de masas. La “movida” en los 80´ no fue más que una engañifa que impuso la industria, por la cual se suplantaron a “los creadores” por “los creativos”, a la creatividad por el diseño. El país se llenó de “artistas” y la industria llegó a abrir sucursales en Miami para exportar sus productos hacia Suramérica en un segundo revival de neocolonialismo cultural. Todavía hoy “los críticos musicales”, aquiescentes con todo este montaje del que se nutrieron selectivamente, siguen haciendo hincapié en las “aportaciones estéticas” del pop de aquellos años, ensalzando y hasta reivindicando para el presente el manierismo y el rococó de sus "atrevidas" propuestas estéticas, en la moda y el diseño de sus vestuarios, en su puesta en escena, como si esa fuera la única novedad “musicalmente” destacable de aquella simpática época. Si, la música quedo sumida en el espectáculo como un apósito de prestancia para el pop-bussines con su glamour hortera bajo la tutela de la floreciente “Industria Cultural”.
Este “Sinquehacer” instrumental puede ilustrar la distancia a la que me encontraba en esos momentos de todo lo expuesto.
O como en este “Columpiate” que incluía el mostrenco de voz.
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