Luis Jose Rivera |
OTRA ILUSIÓN
La noche
estrellas
que brillan
en el universo.
El día
poemas
que sólo hablan
de lo incierto.
Y esa mirada
que ya no ve
oculta en un
mundo de papel.
No se muy bien
ni dónde ni con quién
como sorprender
otra ilusión sin porqué, sin porqué.
Volver a confiar
en sueños de cristal
volver a despertar...
No se muy bien
ni dónde ni con quién
como sorprender
otra ilusión sin porqué...
Sin porqué, sin porqué.
Sin porqué, sin porqué.
LA MÚSICA POPULAR EN
EL CONTEXTO CULTURAL DE SEVILLA III
3. Los músicos, el
público.
- Los músicos.
- Los músicos.
Es
curioso como en esta profesión, durante todos estos años de bonanza
económica, con un industria con altísimas plusvalías, nadie se
preocupó de los músicos, de los interpretes, ni siquiera ellos de
sí mismos. La evidencia es que lo de “los músicos” es un
eufemismo: no existen salvo en la imaginación de quien se denomina a
sí mismo en plural mayestático.
¿Qué
colectivo hay de músicos representativo, con fuerza y capacidad
negociadora con la administración, con independencia de los
integrados en las Sociedades de Gestión de Derechos como SGAE (que
no es exclusiva para ellos) e IAE?. Los músicos no tienen
interlocutores, no pueden presionar como colectivo ante nadie, son un
magma de individuos disociados y en ocasiones con intereses
contrapuestos.
Su
falta de carácter gremial o colectivo está íntimamente ligado al
culto a la personalidad impuesto por el marketing discográfico desde
los 60´. Todos, grupos y solistas “están en esto en gran medida
por la pasta”, por llegar a ser “estrellas” y brillar desde el
neón en el Olimpo de lo efímero. Es pues una profesión con la
mínima regulación en el mercado de trabajo, de ahí que “búscatelo
como autónomo y cuando se pueda” sea la manera habitual de
desenvolverse. De este modo nadie ha hecho nada por ordenar o regular
la profesión, establecer un régimen especial de la seguridad social
para los instrumentistas, ejecutantes; garantizar un mínimo de
prestaciones sociales o de jubilación, cobrar bajo contrato en todos
los bolos en vez de hacerlo en dinero negro, sin contrato y a
expensas de la “bondad” o cercanía de quien te contrata. En
Sevilla, meca de la picaresca, no ha ocurrido lo contrario desde
luego. Y de ese modo, como en el resto del Estado, quien no ha subido
de escalón y se ha mantenido en él como encumbrado, como marca
registrada, no tiene prácticamente de qué vivir.
Junto
a ello, el éxodo sobrevenido, en gran número de casos, para poder
ser reconocido ha sido moneda de cambio corriente. Emigrar para
volver, huir para encontrar, morir para vivir... salvo las
excepciones que todos podemos evocar, que incumplen el mártiriloquio,
algo que aquí va mucho.
Todo
esto, además ha contribuido durante años también al deterioro de
la propia música, a buscar fórmulas fáciles y manidas en la
composición en muchos de los casos, a tener que acomodarse a lo
fácil para poder simplemente sustentarse y no morir de inanición.
Ya no se animan las fiestas privadas del señorito con los flamencos
como ocurriera en tiempos, ahora se animan las verbenas con grupos
que han sustituido en parte a las típicas orquestas y que versionan
todos los tipos y estilos de música para animar la pachanga.
¿Musicalmente en algo hemos avanzado?.
Hoy
hay muchísimas personas tocando instrumentos y esto sin duda abre
posibilidades para que se diversifiquen las propuestas, para que algo
pueda mutar, para que podamos sorprendernos. Las condiciones del
“mercado” están cambiando y la música y los músicos pueden y
deben aprovechar esta transformación en la que se malvive.
- El público.
En
los años 70´ el público aficionado a la música no convencional
era poco pero fiel a los grupos y solistas existentes, que también
eran pocos pero muy entregados a ella. Compartir la música fue crear
un espacio para practicar colectivamente la libertad en muchos
aspectos vitales. La música facilitó la comunicación personal en
una generación maniatada por los estertores de la dictadura. A
través de ella se empezó a gestar una contra-cultura beligerante
contra ella y sus imposiciones. Tenía un valor de uso y no de
cambio. Claro que fue un espejismo, una ilusión, algo efímero, pero
pudo hacerse realidad y vivirse hasta que la industria vio negocio y
todo se masificó en torno a “la movida” en los 80´. Sevilla
vivió aquel momento en la vanguardia porque aquí hubo creatividad y
originalidad a raudales, hubo con la música el compromiso que nace
del anhelo por encontrar otros sonidos, otras formas de decir, otras
maneras que fueron respetuosas con la tradición flamenca con la que
compartieron espacio y compás, alimentado por la claridad y frescura
de lo ingenuo y lo espontáneo. Pocos músicos y poco público pero
mucho compromiso y mucha alegría.
Sin
embargo, hoy el público consume la música más que la comparte,
encuentra en ella el acomodo estético que se construye para evitar
el silencio, no hay ningún tipo de compromiso asociado a ella, sea
ético o estético, siendo una parte de la dosis que se nos
administra por técnicas invasivas para la enajenación personal y
social. La encontramos en todos los sitios y a todas las horas como
fondo de un decorado pero al que nadie presta atención, que nada
evoca, ya no es parte del mundo de las emociones ni se asocia a
sentimientos, por ello ya no tiene valor y como consecuencia tampoco
tiene ya precio, de ahí el fenómeno de las descargas masivas desde
la red. Ahora es un producto de usar y tirar, que se deprecia en el
propio momento que es consumido. De su intrínseca naturaleza efímera
y volátil al ser interpretada se ha pasado a su obsolescencia
absoluta como manufactura digital.
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